Tradicionalmente
el agua ha sido considerada como un recurso natural, ilimitado y renovable, salvo
ciertas reservas de aguas subterráneas que se han formado con el paso de miles
de años y que se catalogan como agua fósil. Al igual que el viento o la
radiación solar, ha existido cierto consenso en considerar al agua como bien
libre, no económico y, por tanto, gratuito. Sin embargo, el rápido crecimiento
de la población y del desarrollo económico en el último siglo está provocando
su escasez relativa en muchas zonas del planeta tierra.
No
obstante, en la actualidad se acepta que el agua dulce es un recurso escaso, susceptible
de usos alternativos y cuya gestión debe hacer frente a elevados costos, por lo
que es factible su tratamiento dentro de la esfera económica, otorgándosele un
carácter multifuncional: económico, social y ecológico. En esta línea se
considera que “el agua es más que un factor de producción, es sobre todo un
factor de cohesión social, económico y ambiental”. Por ello, la
conceptualización del agua puede abordarse desde distintas perspectivas: Como
factor de producción, como activo financiero y como activo ecosocial.

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